sábado, 26 de marzo de 2016

Artículo de opinión. Mella y la liberación venezolana. Por Rolando Rodríguez

Óptica Socialista
Noticias nacionales

Julio Antonio Mella. Foto: Tina Modotti/ Archivo
Julio Antonio Mella. Foto: Tina Modotti/ Archivo

En el golpe de Estado de Juan Vicente Gómez a su compadre Cipriano Castro, en 1908, influyó sobre todo la resistencia que este había hecho para no entregar las concesiones con vista a la explotación del petróleo venezolano. A partir de la asunción de Gómez esa situación cambió de raíz, primero los angloholandeses de la Brithish Petroleum, y luego la Standard Oil, de los Rockefeller, se convirtieron en los dueños del combustible venezolano.
Años después Julio Antonio Mella, el gran dirigente de los estudiantes universitarios cubanos vio arribar a la Isla, en 1923, a los exiliados venezolanos perseguidos por la saña del déspota caraqueño. Gobernaba a Cuba el permisivo Alfredo Zayas lo que dio por resultado se concentraran en la isla un grupo numeroso de exiliados de América, sobre todo venezolanos, que levantaron tienda mientras armaban planes para derribar a Gómez. En busca de acercarse a las costas de la tierra del Libertador, habían arribado, procedentes de París, Gustavo Machado y Salvador de la Plaza, estudiantes que habían tomado parte destacada en 1918 y 1919, en una conspiración cívico-militar que, debelada, llevó a la mayoría de sus participantes a La Rotunda, la siniestramente famosa ergástula de Caracas, y algunos a la muerte en medio de atroces torturas. También, habían llegado el general Bartolomé Ferrer, jefe de un alzamiento contra Gómez, y Carlos Aponte, un joven graduado de la Academia Militar de Caracas, que durante una de las tantas insurrecciones contra el Gocho Gómez había ganado los grados de capitán, y que luego de seis meses de arrastrar grillos en prisión logró poner mar de por medio. De igual forma, desembarcaron en Cuba un hijo del Mocho Hernández, otro general venezolano antigomecista, el pintor Luis López Méndez y un joven escritor andino, Francisco Laguado Jayme. Detrás de la huella de Gustavo Machado llegó a Cuba su hermano Eduardo, un joven estudiante perseguido que había tenido que huir de Caracas.[1]
De forma bastante extendida, entre los venezolanos había una postura antiimperialista y en muchos de ellos tenían posiciones favorables a la necesidad de operar cambios importantes en las estructuras de la sociedad. En particular los Machado y Salvador de la Plaza, movidos por la profundización que el exilio hizo operar en sus ideas revolucionarias, concurrieron a la Universidad Popular José Martí, fundada por Mella, y, trabaron contacto con el líder universitario, que avanzaba hacia su adhesión a las ideas del marxismo-leninismo. Mella hizo a los venezolanos profesores de la Universidad Popular y les dio ingreso en la sección cubana de la Liga Antimperialista, que al igual que la Federación Anticlerical de Cuba también había organizado.
La relación con Mella, quien había participado en el verano de 1925 en la fundación del Partido Comunista cubano, condujo a los Machado y De la Plaza a transformarse para toda la vida en comunistas. Al fundarse ese Partido, habían prestado su cooperación, al que aceptaron unirse con la categoría de afiliados. No sin humor narraba Eduardo Machado que, gracias a la “proletarización” a que los sometieron, conocieron la capital cubana mejor que cualquier habanero. Carlos Aponte, Ferrer y José A. Silva Márquez, otro venezolano que por entonces había arribado, se hicieron simpatizantes del partido, otra categoría más de aquella afiliación.
Mella, junto con Leonardo Fernández Sánchez, su más estrecho colaborador y presidente de la Asociación de Alumnos del Instituto (bachillerato) de La Habana, era visita frecuente de los Machado y Salvador de la Plaza en la pensión en que residían en la calle Teniente Rey 22. Menudeaban también sus encuentros en un local de Empedrado 17, donde los venezolanos habían instalado una máquina de silk screen que el pintor López Méndez había adquirido en Estados Unidos, y en la que imprimían la propaganda contra la dictadura de Juan “Bisonte” Gómez.
El local de Empedrado, que sería conocido como la Cueva Roja, tenía de taller, ateneo, logia y refugio. Mientras los asiduos trajinaban imprimiendo pliegos conspiraban contra las dictaduras del continente, pues sus tres habitaciones le daban también abrigo a cuanto latinoamericano llegase a La Habana con los bolsillos desfondados, como el comunista peruano Jacobo Hurwitz y los apristas Estaban Pavletich y Luis F. Bustamante, o los expedicionarios del Angelita, que había sido obligado por su estado de deterioro a anclar en la bahía de La Habana para nunca más partir a ese destino.
Desde un inicio, los venezolanos habían trabado contacto con Rubén Martínez Villena, abogado que terminaría su vida como mentor del Partido Comunista y el poeta José Z. Tallet, amigos a la vez de Mella. Estos vínculos serían también la matriz que daría lugar a los escritos de Mella y Martínez Villena que vieron la luz en la revista Venezuela Libre, la cual fundaron, junto a los venezolanos; y cuando Francisco Laguado Jayme, que figuró un tiempo al frente de la publicación, tuvo que desaparecer del machón pues sobre él se cirnió una amenaza de expulsión hacia Caracas si continuaba editándola, los cubanos buscaron a un representante liberal que les era cercano, Germán Wolter del Rio, para que apareciera como director político del mensuario, y primero Martínez Villena y luego Tallet asumieron como sus editores. Mella, en tanto, aparecería entre los redactores. De todos modos, años más tarde, en 1929, por orden de Machado y a petición del tigre de Maracay el joven Laguado fue echado a los tiburones de la bahía de La Habana, a causa de un artículo en el que proclamó que el tiranicidio era un acto revolucionario.
Luego de la subida de Machado al poder, en 1925, el país no había tenido que esperar largo tiempo para sentir sobre sus libertades la mano crispada de una dictadura. Unos petardos que explotaron en septiembre de 1925, cerca de las mansiones de los propietarios de la cervecería La Polar y de taquilla del teatro Payret, a todas luces una provocación policíaca, fueron el pretexto para que dos meses después se dictara un auto de procesamiento y prisión que incluía a dirigentes obreros anarcosindicalistas, como Alfredo López; comunistas como el anciano Carlos Baliño, y Mella. Este último, en la calle, era un peligro para la dictadura. Los implicados en la causa quedaron excluidos de fianza.
El 5 de diciembre Mella se declaró en huelga de hambre, y en la primera fila del comité que luchó por su libertad, junto a Fernández Sánchez, Martínez Villena y Gustavo Aldereguía, tomaron lugar los venezolanos Machado, De la Plaza y Aponte, que con Ferrer y Silva Márquez cuidaron con celo las puertas de la habitación de la Quinta de Dependientes, adonde lo llevaron cuando la huelga comenzó a deteriorar galopantemente su organismo. Orosmán Viamontes, abogado de Mella, alertó a los venezolanos y peruanos de las consecuencias que podría traerles su defensa pública del líder cubano, y uno de los venezolanos respondió: “Si Mella está arriesgando su vida, nosotros no podemos hacer menos”.[2]
No obstante, el líder de la colina de San Lázaro venció en su lucha, y Machado tuvo que autorizar le señalaran fianza; pero las amenazas evidentes de que su vida sería puesta a término lo obligaron a abandonar el país.
Ayudado en los preparativos de su fuga por el doctor Gustavo Aldereguía, a principios de 1926 Mella compró un pasaje rumbo a Cienfuegos en la taquilla de la Acera del Louvre, y una noche tomó el tren en el apeadero de Agua Dulce. En la estación del central Constancia lo esperaba Feliciano Aldereguía, hermano de Gustavo, quien se encargó de entrarlo en la ciudad y esconderlo. Poco después, Mella embarcó rumbo a Centroamérica, y luego de una odisea que lo hizo ir a dar de Honduras a Guatemala, logró llegar a tierra azteca.
Las horas angustiosas de la prisión de Mella y su huelga de hambre y quienes durante ella se significaron como sus amigos, hizo comprender a los venezolanos que estaban envueltos en un peligro acechante de naturaleza mortal. Así que, Eduardo Machado y Salvador de la Plaza, casi horas después que su compañero cubano, de nuevo con la ayuda de los Aldereguía, abandonaron la isla y tomaron rumbo a México, con lo que seguían los pasos de Gustavo Machado, quien ya antes había marchado a París, y pronto se les uniría en la meseta del Anáhuac. Allí los esperaba el cubano.
En México, Mella, los Machado, De la Plaza y los peruanos Hurwitz y Pavletich, que pronto llegaron también, vivieron primero en una residencia de la colonia Roma, puesta a su disposición por amigos del cubano. En ésta se uniría a Mella su esposa Oliva Zaldívar; y de ahí saldrían todos a llevar al cementerio una hijita del matrimonio muerta a poco de nacer. Luego el líder antimachadista y los venezolanos se trasladaron a una pensión en el tercer piso de un edificio de la calle Bolívar, en la que al paso de los meses irían a sumarse Carlos Aponte y Bartolomé Ferrer.
El cubano y los venezolanos pronto quedaron acoplados en la vida política de la izquierda mexicana. Se integraron a la sección mexicana de la Liga Antimperialista de las Américas, y Mella entró a formar parte de su comité ejecutivo. Como él mismo refería en una carta a La Habana, lo hicieron miembro de la redacción y administración de su órgano de prensa, El Libertador, y a De la Plaza se le encargó su administración. Más tarde, los Machado y De la Plaza serían admitidos como integrantes del Partido Comunista mexicano, sección de la III Internacional. Mella no lo podría hacer de inmediato porque durante la huelga de hambre el Partido Comunista cubano lo había separado de sus filas por dos años acusado de indisciplina,[3] y solo más adelante se le permitió el ingreso en el Partido mexicano. También, una apelación a la Internacional Comunista revocaría el acuerdo de la separación. Por entonces el cubano y los venezolanos se incorporaron a la Liga Pro Luchadores Perseguidos, y en la Liga Anticlerical, y los venezolanos editaron El Bonete, que dirigía De la Plaza, y en el que los geniales pintores mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros colaboraban. Quizás fue ésta una de las pocas tareas lucrativas que tuvieron, aunque de resultados muy menguados, que los Machado y Salvador de la Plaza, llevaron a cabo en México. El periodiquito tenía alguna venta gracias a las caricaturas de sus compañeros del Sindicato de Pintores Proletarios. Con ese socorrido ingreso, que iba como todo lo que recibían para un fondo común, más de una vez corrieron al Hong Kong, un café de chinos de la calle Bolívar -de la que eran asiduos parroquianos- porque les fiaban la generalmente única comida del día: un plato de huevos con arroz, que costaba un tostón (unos 10 centavos de dólar) y entonces hasta invitaban a sus compañeros menos afortunados.
En los primeros días de 1927 los venezolanos fundaron el Partido Revolucionario Venezolano, una agrupación política de frente nacional revolucionario, con un programa agrario antimperialista. Su fin era derrocar la tiranía de Juan Vicente Gómez. Postergaban para después los rumbos sociales a seguir. Mella ingresó en la sección local de México, que constituía el eje del partido, de la que formaban parte, entre otros, Salvador de la Plaza, Eduardo Machado, Aponte, Silva Márquez, Diego Rivera y Jacobo Hurwitz. Gustavo Machado era el secretario de la organización. La idea concebida por los venezolanos y Mella para dar al traste con el gomezato era organizar la lucha por la vía armada, pero no quedaba ahí: el cubano no abandonaba un segundo el proyecto de lanzarse al combate directo contra Machado, y si antes no se le presentara otra oportunidad de entrar en liza contra este, una vez eliminada la dictadura de Caracas todos irían a librar a Cuba de su régimen oprobioso. En aquella expedición tendrían cabida todos los latinoamericanos que quisieran unírseles.
Poco después, Mella, al que los venezolanos consideraban miembro de su emigración, pasó a formar parte del Comité Central Ejecutivo del PRV. Acorde con las concepciones de la época, el Partido Comunista mexicano aprobaba la doble militancia, en sus filas y en un partido nacional revolucionario. De esa forma aquel joven, carismático y de una lucidez poco común, llegaría a ser no sólo miembro del comité central del PRV, sino también del Buró Político del Partido Comunista de México y cuando Rafael Carrillo, el secretario general de ese partido, tomó rumbo a Moscú para participar en el VI Congreso de la Internacional Comunista lo sustituyó durante varios meses.
A cada momento la figura del líder cubano se iba elevando sobre las fronteras nacionales y se dibujaba en el continente. Al comenzar Sandino su lucha en Nicaragua, Mella, desde la Liga Antimperialista, de la que era Secretario Continental, y el Socorro Rojo Internacional, participó en la fundación y dirección del Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC), y, desde luego, a su lado hombro con hombro estuvieron los venezolanos. Cómo olvidar que más tarde Carlos Aponte ganaría los grados de coronel en el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional y Sandino lo designaría segundo ayudante; Gustavo Machado iría al cuartel general de Sandino a llevar ayuda del Comité, y regresaría a México como representante del héroe nicaragüense y Eduardo Machado marcharía a Nueva York, en calidad de delegado del MAFUENIC. A esas alturas, habían enviado a Venezuela al salvadoreño Farabundo Marti, quien había pasado por México para organizar células allí y Curazao, con vistas a la revolución.
Mella, entretanto, luchaba por la liberación de Sacco y Vanzetti y por las condiciones de vida y trabajo de los campesinos de Jalisco. Pero ya había sido detectado por la inteligencia militar de Estados Unidos, que informó a Washington de las actividades subversivas del líder cubano.[4] Pero antes, derrocar a Gómez había continuado constituyendo el objetivo cardinal del PRV, y para eso se necesitaban armas. Con el propósito de allegarlas sus dirigentes habían continuado los contactos con el general Álvaro Obregón, ex presidente de la república mexicana, y, con toda seguridad, presidente de México en una segunda ocasión. Este, tiempo atrás, junto con Felipe Carrillo Puerto, el gobernador socialista de Yucatán, había estado en disposición de proporcionárselas para una expedición contra Gómez. Obregón diseñaba su próximo mandato, y posiblemente esa vez un motivo adicional lo ganaba para entregárselas: calcular que dadas las relaciones de los venezolanos con los coroneles villistas Treviño y Paz Farrisa, quienes se habían comprometido a acompañarlos en la expedición junto con numerosos hombres de su filiación, se quitaría de arriba un elemento que le era hostil. A las entrevistas con Obregón asistió Mella.[5]
Los venezolanos designaron como jefe de la expedición a uno de los viejos caudillos protagonistas de un sinnúmero de fracasados alzamientos contra Gómez, el general Emilio Arévalo Cedeño, a quien le encargaron adquirir en Santo Domingo una goleta motorizada con la que navegaría hasta Tampico, en donde recogería las armas. Con la idea de reunir un poco más de fondos, Arévalo Cedeño tuvo la nefasta idea de embarcar en la nave un cargamento de ron Negrita, que introduciría en México de contrabando. Al llegar a Tampico y tratar de desembarcarlo los aduaneros detectaron la bebida. Atrapado, a Arévalo Cedeño no se le ocurrió otra salida mejor que aducir que pertenecía al general Obregón. El embuste constituyó un llamado a la catástrofe. Indignado por tamaña estupidez y tanta chapucería, el rudo y malicioso soldado sonorense mandó buscar a los venezolanos y les anunció, no sin su sorna habitual, que no les entregaría ni un fusil ni una bala. Poco después, un conflicto adicional con Arévalo Cedeño motivó su expulsión del partido, y uno de los firmantes de la resolución de 9 de septiembre de 1927, de la sección local de México del PRV, que la disponía, publicada en el número de mayo de 1928 del mensuario Libertad, su órgano, fue Julio Antonio Mella.[6]
Cuando Machado se proclamó candidato único a las elecciones de noviembre de ese año, para un nuevo período que ya contenía la extensión en dos años del mandato presidencial, Mella vio llegado el momento de poner definitivamente en marcha sus planes. En ese año de 1928, Mella fundo la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC), una organización de carácter democrático y amplio, en la que tuvieran cabida todos los que estuviesen por plantarle cara a la dictadura cubana, transformar radicalmente la condición semicolonial de Cuba y llevar adelante numerosas reformas sociales.[7] Mella, en abril de ese año, en su artículo “¿Hacia donde va Cuba?” publicado en Cuba Libre…para los trabajadores, hizo explícita su concepción de que el derrocamiento del gobierno machadista sería por la vía armada y en el enfrentamiento -según proyectaba lograrlo- participarían unidos los integrantes de Unión Nacionalista y los obreros. Según sus palabras, había que llevar a Cuba por el camino de una “revolución democrática, liberal y nacionalista, ya latente en los hechos”. Mella, más que talentoso pensador y teórico, fue indiscutiblemente uno de los primeros en echar a un lado las visiones de clase contra clase que en ese momento comenzaba a sostener la Internacional Comunista y concluir que en el continente no habría liberación social sin liberación nacional, aunque como también afirmó en aquel mismo trabajo” “…liberación nacional absoluta solo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución obrera”.[8] Indudablemente, a esa altura, ya había logrado que las armas que Obregón había dispuesto inicialmente entregar al PRV fueran a parar a la lucha contra Machado.
En agosto de 1928 Mella viajó, en el mayor de los secretos, al puerto de Veracruz en busca de una forma de entrar ilegalmente en Cuba. También comenzaba a tratar de hacerse de los medios con que transportar la expedición a Cuba. A todas estas la envidia y el dogmatismo se habían cebado en él y Vittorio Codovilla, de la KOMINTERN, lo acusó de haber viajado a Estados Unidos a entrevistarse con Mendieta para proponerle hacer la revolución en Cuba y había publicado en 1926 el artículo “¿Hacia donde va Inglaterra? Un libro de Trotski”. Pero el PCM declaró que Mella había viajado con su autorización y no había corrientes trotskistas en su seno.
El 10 de octubre de 1928 Fernández Sánchez llegó a la isla, con la misión que Mella le había encomendado de establecer contacto con Martínez Villena, el líder del Partido Comunista de Cuba, explicarle los objetivos y vías de lucha y lograr la participación de esa organización en el combate venidero. Objetivo primado era también entrevistarse con Mendieta, la figura central de los Nacionalistas, con vistas a establecer un frente unido contra Machado y alinear a esas fuerzas contra la dictadura. Mella tenía bien presente que tal agrupación política arrastraba grandes sectores populares, y su lógica política le decía que tenía que conquistarlas si quería triunfar. Por eso se había entrevistado tiempo antes con el caudillo Nacionalista en Nueva York. Martínez Villena debía ayudar a Fernández Sánchez en la tarea de establecer relaciones con la dirección nacionalista. Pero con quien Fernández Sánchez pudo encontrarse fue con el viejo y noble general independentista Fermín Peraza, en el local del periódico Unión Nacionalista. Trágicamente, en la entrevista participó Rey Merodio, administrador del rotativo y soplón de la policía. El jefe de la policía secreta, Santiago Trujillo, conoció del hecho y de inmediato puso en conocimiento del dictador Machado los planes de Mella. La noticia selló la determinación definitiva del déspota: Mella debía morir.
Machado buscó a un hampón conservador para amar el asesinato del líder. En persona le explicaría la misión a José Magriñat. Debía aprovechar el contacto que a título de oposicionista había hecho con Mella en México y dirigir la acción de dos sicarios, Arturo Sanabria y Agustín López Valiñas, a sueldo de la policía secreta, que serían enviados a México con la misión. Entretanto, habían llegado noticias de los agentes de Machado en tierra azteca de que Fernández Sánchez había desaparecido de allí y debía estar en Cuba. La policía con estas noticias y, luego, de la delación de Rey Merodio, buscaba afanosamente en la Isla a Leonardo Fernández Sánchez, al que por fin capturó el 1ro. de noviembre.
Según Eduardo Machado el primer intento de atentado contra Mella, lo protagonizó Agustín López Valiñas, bribón que había huido de Cuba por haber asesinado a otro individuo. Con ese fin mudó a una amante al mismo edificio en que vivían los revolucionarios en la calle Bolívar. Una noche, en momentos en que suponían Mella visitaba en la pensión a sus amigos, López Valiñas y algunos otros sicarios estaban abajo, a la espera del líder cubano. Pero en realidad este no se encontraba en la pensión y fue el caraqueño Eduardo Machado –que tenía cierto parecido con el adalid cubano, pues ambos eran atletas, trigueños, de pelo crespo- quien bajó de la casa. Se provocó entonces un incidente cuando lo asaltaron y golpearon. Machado comenzó a alertar a gritos, arriba, de lo que sucedía y a pedir ayuda. Bajaron a toda prisa Ferrer y el coronel Treviño, y comenzó una pelea con los sicarios. Se produjeron disparos. El alboroto fue enorme, al fin apareció la policía y se los llevó a todos para la 4ta. Comisaría. Más tarde, un policía mexicano sacó a Eduardo Machado del calabozo y le relató que López Valiñas había llegado a México para asesinar a Mella. “¿Usted está seguro de eso?”, asegura Machado que le preguntó. “Completamente seguro”, le respondió. Soy del servicio de inteligencia y le comuniqué esto al Presidente [Plutarco Elías Calles] y me dijo: `Es un atentado que van a hacer´”. Años después Eduardo Machado aseguraría: “Si Mella hubiera estado allí, lo matan”.[9] Así se lo narró al líder cubano, cuando este regresó del viaje a Veracruz. “Saben que andas, de noche, solo con Tina”, le expuso. Incluso, le advirtió que el sicario machadista lo sabía. Pero Mella no lo creyó.[10]
Eduardo Machado siempre creería que para Mella era de cobardes andar escondiéndose y no tenía como los venezolanos una larga experiencia de clandestinidad. Ellos habían luchado durante muchos años contra Gómez, y siempre estaban tratando de no ser sus víctimas o caer prisioneros, tanto en Venezuela como en el exterior. Él, por ejemplo, había estado clandestino desde 1914 y con sus compañeros había armado toda la insurrección de 1919, desde la clandestinidad. Pero en Mella esa falta de práctica en saber cuidarse resultaba un defecto.
Entretanto, el líder había sido separado del PCM porque estaba impulsando una central obrera (la CSUM) en México contra la Confederación Regional Obrera de México, de Morones, organización oficialista, apoyada por el PCM. Ofuscado envió una carta con su renuncia a la organización. Luego la retiró. Fue sancionado finalmente a tres años sin ocupar cargos en la organización.
En La Habana pasaron días hasta que, por fin, Fernández Sánchez, el 27 de noviembre, luego de múltiples gestiones de familiares con personajes influyentes del régimen, fue expulsado hacia Nueva York, con lo que salvó la vida casi de milagro. En sus apuntes señaló que la policía lo llevó al barco y alguien del propio cuerpo le comentó de un plan para asesinar a Mella y que con ese propósito ya había salido gente para México. Esa información venía del mismo palacio presidencial. De inmediato, Leonardo le escribió a Mella para alertarlo. Mella le respondió a Fernández Sánchez, que la policía de Machado no tenía ramificaciones internacionales. Leonardo volvió a escribir a Mella para decirle que Magriñat había ido a México a matarlo. La carta llegaría al D.F el 11 de enero de 1929, demasiado tarde.
A finales de diciembre, con vistas a recaudar fondos para la causa cubana, la ANERC había organizado en Ciudad México una fiesta bajo el título de Noche cubana, que se celebraría en el salón de bailes de la Sociedad Hebrea. Los organizadores habían acordado que el salón se adornaría solo con triángulos rojos con la estrella solitaria, ya que la Sociedad había advertido que en sus estatutos, a causa de las diferentes filiaciones políticas de sus integrantes, se prohibía hacer propaganda política o de tendencias nacionalistas. Raúl Amaral, confeso liberal pero ortodoxo, es decir “de oposición”, había ingresado en México en la ANERC.[11] La tarde del día de la fiesta, a espaldas de los organizadores llegó al salón, junto con Hernández Cárdenas (Hercar) un caricaturista muy conocido en la época, y un tal Guillermo García y en una pared colocaron una bandera cubana de papel de china, bastante mal confeccionada, según dijo Mella después. Al llegar al local algunos de los organizadores de la fiesta, varios directivos de la sociedad los abordaron y les pidieron que retiraran la bandera. Esto fue, lógicamente, lo que hicieron, y quedaron en el local solo los triángulos rojos con la estrella solitaria. Amaral, un tal Portell, y dos o tres individuos más, proclamaron que los comunistas habían ultrajado la bandera cubana. Pero el asunto no quedó ahí. Días después, Amaral y sus asociados urdieron todo un plan de denuncias públicas para propagarlas en México y Cuba, sobre el pretenso ultraje a la bandera que Mella había cometido.
Relataría también Eduardo Machado que antes de partir le había vuelto a repetir a Mella: “Cuídate mucho. No puedes estar saliendo solo con Tina Mopdotti, porque te van a matar”[12]. Mucho amaron los venezolanos a su camarada cubano. No es otra la razón por la que Gustavo Machado afirmó un día, que los venezolanos profesaron por el prometeo cubano una amistad entrañable.
La noche del 10 de enero de 1929, Mella, concurrió a una cantina en la esquina de Bolívar y República de El Salvador, en la que se había citado con Magriñat, porque este le había hecho llegar un mensaje de que quería informarle de un asunto que había conocido en Cuba. Hasta ahí Mella lo había eludido, pues el individuo desde su llegada había tratado de acercársele; el líder le había comunicado a Fernández Sánchez, en Nueva York, que Magriñat le parecía sospechoso. Sin embargo, en esa ocasión transigió con verlo quizás para conocer qué podía decirle y cuál era su juego. Mella no había comprendido que la entrevista era parte de la trampa que le habían tendido y que el señuelo comenzaba a funcionar. Dado el fallo anterior en que López Valiñas no supo distinguir quién era Mella, ahora se lo señalarían. Como Judas con el beso, la compañía del hampón tenía el propósito de identificarlo a los asesinos. Magriñat le confió a Mella que por órdenes de Machado habían viajado de Cuba dos hombres para asesinarlo. Esa noticia verídica era su coartada. Si la acción fracasaba, él le habría advertido del peligro: podría decir que precisamente había citado a Mella para darle a conocer de las acechanzas de sus enemigos. Mella salió del lugar y recogió a Tina Modotti, quien era su mujer -pues su esposa quien no soportó la vida austera de un revolucionario lo había abandonado para marchar a Cuba-, en las oficinas del Commercial Cable Co., en San Juan de Letrán, en la que por sus instrucciones la fotógrafa había impuesto un despacho dirigido a Sergio Carbó, director de La Semana, único órgano de la prensa cubana todavía no sometido a Machado, en el que le pedía desmintiese el infundio del ultraje de la bandera y le informaba que enviaba por correo los detalles del incidente.
Mella, cerca de las 11:00 pm. le relataba a Tina la conversación con Magriñat, mientras caminaban por Avenida Morelos, y le hacía conocer sus suspicacias hacia ese individuo, cuando tomaron por la calle Abraham González, donde estaba el domicilio de la pareja. Habían caminado solo unos cuantos metros en los momentos en que a sus espaldas, desde detrás de un vallado que cercaba en la esquina un solar yermo, emergieron dos sombras armadas y se escucharon dos disparos. Al parecer fue únicamente López Valiñas quien disparó en ambas ocasiones porque el otro asesino, Sanabria, no consiguió reunir el valor para hacerlo. Los dos disparos alcanzaron al joven: uno le atravesó la espalda y salió por el abdomen, y el otro lo hirió en un brazo. Fue transportado a la Cruz Verde, y antes de ser intervenido quirúrgicamente repitió las acusaciones contra el tirano Gerardo Machado y apuntó que Magriñat tenía que ver con el atentado. Mella no pudo sobrevivir a sus heridas. Después de la medianoche del 10 de enero, aquel joven precoz hasta lo inverosímil cayó para siempre, víctima de sicarios de Machado, cuando aún no había cumplido los 26 años, pues nació el 25 de marzo de 1903. Con su holocausto Cuba había perdido en ciernes al más extraordinario paladín surgido después de José Martí.
Sin dudas, Mella constituye una de las figuras que en la historia de Cuba resaltan con centelleo de brasa, un héroe antimperialista, revolucionario, que comprendió que cualquiera de nuestras tierras de América eran solo una parcela de nuestra generosa y ancha Patria. Es cierto, que la balcanización de nuestras patrias parece haber llegado a su fin. Aunque nuevas amenazas se ciernen sobre el proyecto, difícilmente la reacción podrá ya segar el sueño de Bolívar, de Martí, de Mella, de Fidel. Confiamos en que aún en medio de los avatares, esa antorcha la sostendrán los jóvenes de la América Nuestra. Ellos no olvidarán la historia, que es deber nuestro recordarla siempre. Nadie puede venir a pedir la borremos.
Notas
[1]. Entrevista con Eduardo Machado, Caracas, 1991.
[2] Guillermo García Ponce, Memorias de un general de la utopía, Cooperativa de Trabajadores Gráficos, Caracas, 1992, p. 58.
[3] Ver aprobación de la sentencia del Comité Central Ejecutivo del PCC, en Christine Hatzky: Julio Antonio Mella, una biografía, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008, pp.384 y 385.
[4] Informe del 12 agosto de 1927, del mayor Harold Thompson, agregado militar interino de la embajada de Estados Unidos en México, dirigido al Jefe de la Sección Latinoamericana del Militar Information Service, en Washington. Record Group 165, no. 10110-2581, caja 2830, de los National Archives, Washington D.C. de Estados Unidos.
[5]. Entrevista citada con Eduardo Machado.
[6]. Libertad, Ciudad México, mayo de 1928.
[7]. También, la embajada enviaba informes sobre otras actividades que se desarrollaban contra el imperialismo yanqui en México. En estos aparecía Mella, como representante de la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos. Asimismo, el G-2 enviaba a Washington, como parte de su información, ejemplares de Cuba Libre, El Machete yRedención. Por supuesto, nunca faltaba en ellos el nombre de Mella. Todo esto puede verse en el microfilme de los National Archives no. 274, rollo 166.
[8].Reproducido en Mella, Documentos y Artículos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 403 y ss.
[9] Entrevistas con Eduardo Machado citadas
[10]. Ibíd.
[11]. Raúl Amaral, Raúl: Al margen de la revolución, Cultural S. A., La Habana, 1935, p. 76 y ss.
[12] Ídem.

 Rolando Rodríguez
Tomado de Cubadebate

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