martes, 27 de agosto de 2013

Silwan: una geografía de la ocupación en Jerusalén Este

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Óptica Socialista
Noticias internacionales


Silwan es un barrio palestino vulnerable de Jerusalén Este ocupado y anexado ilegalmente por Israel desde 1967. Estoy de visita en la ciudad y decidí acompañar al equipo que cada viernes se hace presente en la oración que la gente del barrio hace a las 11 de la mañana, no en la mezquita, sino en una carpa que montaron hace dos años al borde de la calle, como forma de hacer visible su protesta por la violencia y amenaza de desalojo permanentes.

Después de atravesar la Ciudad Vieja y la explanada del Muro de los Lamentos, pasando por el costado de la Explanada de las Mezquitas, caminamos un par de cuadras hacia el sur en una pronunciada bajada, e inmediatamente el paisaje cambia: a nuestras espaldas, en lo alto, podemos ver la muralla de la Ciudad Vieja y las cúpulas de las mezquitas de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca; pero frente a nosotras -mientras caminamos por una calle llena de basura, de pozos y agua de lluvia, sin cordón, ni veredas ni ningún otro signo de infraestructura- se despliega lo más parecido que podríamos encontrar a una favela brasileña, un cerro caraqueño, un pueblo joven limeño, o cualquier barrio pobre recortado sobre una ladera en cualquier ciudad latinoamericana.
Un chico palestino en bicicleta observa a un grupo de niños colonos y a un guardia israelí armado, en la entrada del barrio de Silwan. Foto: Yotam Ronen/Activestills
Allí, a apenas un par de cuadras de la Ciudad Vieja, se lleva a cabo una batalla cotidiana por cada metro cuadrado de tierra, y por la interpretación de la historia. La zona es un objetivo prioritario del gobierno y de los colonos judíos ultra nacionalistas. La población palestina está siendo presionada y forzada a abandonar el barrio, y sobre la mayoría de sus modestas viviendas pesan amenazas de demolición: desde 1991, más de 40 casas palestinas han sido tomadas por la fuerza por colonos judíos; en noviembre de 2008, la municipalidad de Jerusalén demolió dos edificios de familias palestinas en Silwan, y en su lugar ahora hay un edificio de apartamentos habitado por colonos judíos ultra-derechistas. El objetivo último es dejar el área vacía de palestinxs para la construcción de la colonia israelí “La ciudad de David”, una pieza clave en el plan gubernamental de consolidar la anexión ilegal de Jerusalén Este.
Objetivo final: la judaización de Jerusalén Este
El gobierno israelí afirma que Silwan es un sitio arqueológico trascendente, pues supuestamente fue allí donde el Rey David construyó su palacio y estableció la capital de su reino hace 3000 años. Aunque esto no ha sido probado hasta ahora, es la historia que se cuenta a los 500.000 turistas que cada año visitan el “Parque Nacional Ciudad de David”, en una verdadera batalla por la opinión pública. Una extensa superficie ha sido convertida en modernas instalaciones del sitio arqueológico, con vigilancia privada, tiendas turísticas, sala multimedia, cafetería, zonas enjardinadas, pasarelas, terrazas y miradores desde donde los turistas observan el cerro hiperpoblado de pobrerío palestino, sin tener la menor idea de la situación que se vive allí.
Mapa de Jerusalén y la ocupación de los pueblos palestinos. Silwan se encuentra al centro del mapa, completamente anexado por el muro construido por Israel.
“Aquí es donde todo comenzó”, dice el folleto y la película en 3D que se exhibe en el tour ‘oficial’ de tres horas. El emprendimiento es un ejemplo elocuente de la arqueología, la historia y la religión puestas al servicio de objetivos políticos nacionalistas, según nos explicó Angela Godfrey, una integrante del Israeli Committee Against House Demolitions. Los 4000 años anteriores al rey David son tan ignorados por el discurso legitimador del proyecto como el 90% de la población palestina que vive y ha vivido en Silwan desde tiempos inmemoriales.
Desde que en 1997 la empresa Elad recibió el permiso para hacer excavaciones en el sitio, el objetivo ha sido claramente -con el pretexto arqueológico- deshacerse de la mayor cantidad posible de población palestina. El plan es judaizar demográficamente Jerusalén Este, de manera que ‘los hechos consumados’ hagan imposible que sea la capital del Estado Palestino en el futuro. En los últimos años, los incidentes de violencia se han incrementado, debido a las agresiones de los colonos, de sus guardias de seguridad o de la policía israelí contra los residentes de Silwan, que mantienen una resistencia activa para defender su territorio de la amenaza de despojo.
Excavaciones arqueológicas israelíes en medio de un barrio palestino (A.Herrera)
Una bomba a punto de estallar
En Silwan viven unas 55.000 personas, de las cuales más del 50% tiene menos de 18 años. Aunque sus habitantes -como el resto de la población palestina de Jerusalén- pagan impuestos igual que los israelíes, reciben poco o nada a cambio. En el barrio no hay plazas, ni canchas deportivas, ni escuelas suficientes (la que existe está superpoblada), ni clínica, ni agua potable, ni recolección de basura, ni mantenimiento de alumbrado o vialidad, ni biblioteca, ni centros comerciales, ni nada.
La gente ni siquiera tiene permitido construir, ampliar o reparar sus casas, ni hacer la mínima modificación en ellas (lo cual es una condena al hacinamiento en una población con una tasa demográfica como la palestina). De hecho, muchas familias temen que en cualquier momento sus casas serán demolidas por la municipalidad de Jerusalén (ya que la mayoría han sido construidas sin permiso, por la sencilla razón de que es imposible obtenerlo), o serán desalojadas para entregárselas a los colonos (como está ocurriendo ya en el barrio de Jeikh Jarrah).
En este momento hay más de 100 órdenes de demolición pendientes en Silwan, y los colonos ya controlan el 60% de la tierra. En muchos casos, la gente no es expulsada por la fuerza, sino que es inducida a malvender sus casas, bajo amenaza de desalojo, chantaje, o fraude.
Mother Madre e hijos recorren los restos de su hogar demolido por las autoridades israelíes. Foto: Keren Manor/Activestills
“Ellos están haciendo lo imposible para que nos vayamos”, nos dijo un líder comunitario. “Pero no nos vamos a ir a ninguna parte. No hay adonde ir. No vamos a ser refugiados ni parias en ningún país. Ésta es nuestra tierra, y aquí nos vamos a quedar”.
Como cada viernes, la gente -o más bien dicho: los hombres- se juntan junto a la carpa antes de la oración. Efectivamente es un mundo donde las mujeres no aparecen públicamente. Sabemos que están en sus casas preocupadas y angustiadas por la seguridad de sus hijos y maridos, que en cualquier momento y con cualquier pretexto pueden ser detenidos por un día, una semana, un mes, un año o más, sin cargos y sin explicaciones.
En general la libertad se obtiene pagando (de 1000 a 3000 dólares, sumas exorbitantes en un barrio donde predomina el desempleo masivo), porque la corrupción es una de las facetas ocultas pero más dinámicas de la ocupación. En un mundo donde la única ley es la de la fuerza, y donde las fuerzas del orden no tienen que rendir cuentas ante nadie por sus arbitrariedas contra la población palestina, pagar es muchas veces la única manera de zafar de los abusos cotidianos (cuando se consigue el dinero para hacerlo). Por otra parte, para las autoridades israelíes meter en la cárcel a los dirigentes es la forma más barata y fácil de desarticular cualquier forma de resistencia organizada.
Un líder barrial nos habló de la preocupación de la comunidad por el futuro de sus niños y jóvenes. Sin educación, sin recreación, sin posibilidades de trabajo, sin futuro, y con la única perspectiva segura de pasarse la juventud entrando y saliendo de la cárcel -o peor aun: de entrar y no salir por varios años- por el delito de tirar piedras contra las fuerzas de ocupación (única forma de canalizar sus energías juveniles en un ambiente opresivo), nosotras nos preguntábamos qué sería de esos niños llenos de vida en unos pocos años… y nos sorprendíamos, una vez más, de que en ese caldo de cultivo del despojo, la exclusión y la humillación cotidiana no surjan más respuestas violentas o desesperadas… “Nosotros tratamos de hacer cosas, de ofrecerles oportunidades, de crear algún proyecto -nos decía el mismo dirigente- pero las autoridades no nos dejan. No tenemos permitido construir un centro comunitario o educativo, ni nada. Las ONGs no pueden o no quieren ayudarnos, porque no podemos conseguir los permisos legales, y sin ellos no quieren arriesgarse”.
Mientras conversamos con los dirigentes comunitarios, cantidad de niños merodean alrededor nuestro, se ríen, intentan hablar en inglés con nosotras, juegan y parlotean entre ellos, y buscan la comunicación, que como siempre se da intercambiando y repitiendo nuestros respectivos nombres. La mañana es helada y tenemos que movernos todo el tiempo para contrarrestar el frío. Uno de los líderes nos habla de los mil problemas que enfrentan en Silwan; uno de los más graves, la permanente represión y prisión de sus jóvenes, y hasta de los niños.
Es una realidad sobre la que organizaciones dedicadas a la infancia intentan permanentemente llamar la atención de la comunidad internacional para presionar a Israel a que cumpla con los estándares internacionales relativos a la prisión de menores. Nuestro interlocutor nos presentó a algunos niños que, con diez u once años, ya han estado tres veces en la cárcel, donde además los golpean y maltratan (uno de ellos nos mostró las marcas en el rostro de su última detención). Su delito: ser palestinos, ser pobres y tirar piedras para desahogar la bronca contra la policía que los reprime. Ha habido casos en que jóvenes palestinos fueron asesinados por guardias de seguridad privada de los colonos que viven en los alrededores, por considerarlos una amenaza a su seguridad.
Rezos, represión y resistencia
Poco a poco la carpa se llena de hombres, y los que no entran tienden sobre la calle sus alfombras y se arrodillan a rezar. Vemos a muchos padres que llegan con sus hijos pequeños. La oración comienza como siempre con las letanías del imán, y se prolonga por más de media hora. Se percibe la tensión en el aire, porque todos saben que después de la oración vendrá la represión, como cada viernes. Los niños que jugaban con nosotras ahora están en la ladera de enfrente a la carpa, donde también nos ubicamos para mantener una respetuosa distancia y a la vez tener una vista de la zona. Todos los ojos se vuelven a cada rato en dirección a la Ciudad Vieja, de donde suelen bajar los vehículos de la policía.
La oración del viernes, dentro y fuera de la carpa. Después vendrá la represión... (M. McGivern)
Los niños no se quedan un minuto quietos, están llenos de vitalidad, se ríen, gritan, trepan. De pronto los vemos venir hacia nosotras para traernos a cada una un ramito de flores que recogieron en el terreno: son las pequeñas amapolas silvestres que cubren los campos anunciando el comienzo de la primavera. Nosotras, conmovidas, les agradecemos y festejamos, lo que los hace correr a buscar más y más flores para regalarnos junto con sus sonrisas radiantes y su parloteo festivo.
Al terminar la oración nos acercamos a la carpa para saludar a un hombre mayor que es uno de los líderes más respetados de la comunidad. Nos explica que estuvo a punto de no venir porque está engripado, pero cuando escuchó las noticias y supo del terremoto en Japón, decidió que tenía que venir a rezar por ese pueblo, y por el de Libia, y por el de Palestina… “y por Israel, porque también hay gente buena allí”, nos dijo.
De golpe sentimos un grito, un estampido, y vimos a todos los jóvenes y niños correr en distintas direcciones: calle arriba, hacia los cerros, hacia las casas; la policía había llegado y empezaba el juego perverso de cada viernes: sin ningún motivo, mientras la gente estaba conversando a la salida de la oración, empezó el despliegue gratuito de violencia, con estallido de granadas de ruido y gases lacrimógenos de una inusual potencia e intensidad, que en un par de segundos nos dejaron sin poder respirar. Nosotras también corrimos calle arriba, alejándonos del lugar, pero el humo de los gases nos perseguía ahogándonos.
De pronto una puerta se abrió y una mujer nos agarró del brazo para que entráramos a refugiarnos en su modesta peluquería de barrio. Mientras su única clienta esperaba con la tintura en el pelo, ella nos hizo sentar, nos trajo pañuelos y café, nos sonrió; intentamos comunicarnos por señas, con vocablos en árabe y en inglés, para agradecerle su generosidad. Desde su balcón trasero pudimos ver la calle donde todavía corrían jóvenes escapando de los gases, mientras otros, ya resguardados en lo alto de sus viviendas sobre la ladera del cerro, tiraban piedras hacia los policías.
La desigual batalla duró un largo rato, más de una hora; por celular pudimos saber que los policías estaban incursionando en las casas y pasadizos para buscar a los jóvenes-niños lanza-piedras y llevárselos detenidos. Pudimos entender mejor la rabia impotente de los hombres y el terror de las mujeres, que -según nos contaron- los viernes intentan de cualquier forma mantener a los hijos encerrados en su casa para evitar que se los lleven presos o los lastimen… Mientras salíamos del barrio veíamos todavía, en el cerro, el ‘fuego cruzado’ de piedras y gases lacrimógenos sobre algunas azoteas.
Al pasar de nuevo por la “Ciudad de David” nos dimos cuenta que el mismo ‘espectáculo’ era observado por un grupo de elegantes turistas, ajenos por completo a la realidad presente de Silwan. Cuando el viento trajo hasta el lugar un resabio de los potentes gases, otro grupo recién llegado se preguntaba qué ocurría. También escuchamos a un grupo de adolescentes judíos norteamericanos comentar con novelería aventurera que se trataba de gases lacrimógenos de verdad…
El contraste surrealista entre esos dos mundos me hizo recordar lo que nos contó Angela Godfrey cuando nos dio un tour político por Jerusalén Este, mostrándonos un moderno y elegante complejo de viviendas construido en la cima de uno de los cerros de Silwan: las empresas venden esas propiedades a judíos norteamericanos bajo el eslogan “Haga realidad su sueño: tenga su apartamento en la Tierra Prometida”, sin decirles que están construidos en tierras confiscadas a los palestinos; y sólo al llegar los compradores descubren que sus viviendas de vacaciones están ubicadas en ‘territorio enemigo’…
De pronto recordé que, antes del estampido y la corrida, había guardado las flores en un bolsillo de mi chaleco. Las busqué y allí estaban, un poco asfixiadas después de los gases, como nosotras. Busqué con la mirada a los niños, pero ya no estaban; seguramente habían disparado a esconderse (o quizás a tirar piedras) por los recovecos de su barrio. Pero sus sonrisas parecían dominar todavía el paisaje de Silwan, igual que las amapolas silvestres cubren los campos palestinos en esta época. Aquí la gente dice que cada pequeña flor es el alma de un mártir que renace en la primavera.
Este articulo está basado en dos visitas presenciales a Silwan (febrero y marzo 2011) y en el artículo “Alternative Information in Silwan”, de Oddvar Bjorge, en la publicación del EAPPI: “Un Unjust Settlement. A tale of illegal Israeli Settlements in the West Bank” (Ginebra, 2010). Para más información sobre la situación de Jerusalén Este, recomiendo visitar los sitios web de UNOCHA OPT, del Israeli Committe Against House Demolitions y del Alternative Information Center.
Fuente: Silwan/ /María M. Delgado, Palestina en el Corazón/Pañestinalibre.org/26/08/13
Compilador. William Castillo Pérez

María M. Delgado, Palestina en el Corazón

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